sintomática

agosto 22, 2006

A pedido del público

Aquí estoy nuevamente volviendo de uno de mis ya clásicos impasses. No los voy a explicar ni justificar, sólo aceleré la vuelta a pedido del público que no deja comments. El otro día me pasó esto que voy a contar porque es algo que sucede con la frecuencia exacta para que me sorprenda cuando acaece.
Salgo de mi casa en una de mis incursiones barriales que yo asocio con mi época de soltería por el espíritu con que las acometo. Tenía que pasar por la feria hippie para apalabrar al hippie con aires chamánicos que iba a perforar las preciosas orejas de mi hija ( otro tema es por qué elegí ese lugar para dicha acción), luego comprarme un libro para ese fin de semana, lo cual me resultaba imprescindible y por último caminar unas diez o doce cuadras hasta el café donde me encontraría con mi amiga. Lo de la feria era muy importante porque los aritos tenían que ser puestos al día siguiente, es decir, día del niño y la niña, como correctamente gusta decir mi hija. Hablé con el Sr. Hippie quien ya empezó a introducir modificaciones en el plan perfectamente por mí trazado. Los aritos necesitaban una modificación sustancial. El tenía que sacarles punta y aquí vale aclarar que eran de metal, plata, específicamente, para que fueran mas puntiagudos, valga la redundancia. Me pareció arriesgado, porque el proceso incluía ademas hacer una muesca y ya se empezaba a complicar por demás lo que hasta instantes antes ya había alcanzado el nivel de preocupación, ya que, por favor recordar eran esas valiosas orejitas las que iban a ser agujereadas. Graciosa preocupación en alguien que ya se ha hecho tres agujeros mas en las orejas, uno en la nariz y otro en el ombligo. Lo cual da para numerosas teorías acerca de la maternidad que dejaré para otro momento. Entonces, en el medio, si me daba el tiempo, intentaría comprar otro par de aros para la famosa perforación, mas puntiagudos. Fui a la librería de Cabildo y Echeverría, una que no quiero, pero que prefiero antes que yenny y dí vueltas. No encontraba algo que me llamara la atención y caí en Coetzee, que siempre será un maravilloso lugar donde caer. Mientras miraba, buscaba, dudaba vi a una mujer que conozco a través de terceros, que habré visto 4 veces en mi vida, en la cola de la caja. Decidí no entrar en su campo visual ( nunca sabré si efectivamente no me vio) para no saludarla, ya que entre otras cosas, me faltaba tiempo. Me olvidé de su existencia. Compré y me fui en busca de los aros. Decidí ir a virrey del pino y cabildo donde creia recordar había un negocito del ramo. No tuve suerte y encima me dijeron las aburridísimas vendedoras que los aros de plata no sirven a tal fin y me recomendaron ir a la farmacia de la vuelta donde antes hacían agujeritos y tenían aros de acero quirúrgico. Pues no, ni una cosa ni la otra, pero de allí me mandaron a la galería Gral Belgrano. Miré la hora y me dí cuenta que no llegaba al café a la hora señalada si lo hacía y decidí postergar ese último intento hasta después del café. Me desvié de cabildo por La pampa, calle que nunca agarro a esa altura y al llegar a ciudad de la paz, me crucé con la misma mujer de la librería, que venía por esa calle hacia la misma esquina que yo. Nuestras velocidades y los semáforos se conjugaron para que tampoco esa vez nos viéramos a la cara. Y eso fue todo. Pensé todo el resto del camino en las distintas variables de estos tipos de encuentro, como por ej las veces que nos debe pasar con desconocidos, etc. Que estas cosas sucedan en un buenos aires con los millones de habitantes que tiene, no deja de sorprenderme.
Y la historia de los aritos continuará.
posted by trixy, 9:32 p. m. |




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